El 1 de agosto encontré un papel sobre mi cama que decía: «No existas el 7 de agosto». Pude tomarlo como una mala broma o como algo que no era para mí, pero por alguna razón aquello se sintió como una amenaza; como una invitación a que terminara con mi vida. Quizá fue lo conciso del mensaje o la tipografía que traía, no lo sé, mucho no entendía. Hacía solo unos días que había cumplido 17 años.
El 7 de agosto nos jugábamos la final del campeonato colegial de fútbol. Éramos favoritos y yo tenía la oportunidad de romper el récord de goles en una temporada, que llevaba 33 años vigente. Aunque hice la relación con la final y para mí aquel campeonato era de lo más importante que me había acontecido hasta entonces, me pareció exagerado que alguien quisiese intimidarme o amenazarme, de esa manera, por un torneo de tan poca valía.
Guardé el papel en el primer libro que encontré, uno de biología que estaba sobre el escritorio, dispuesto a olvidarme de todo el asunto.
Ese día lo que más deseaba era ganar el torneo, celebrarlo con Ema, mi novia, y convertirme en el goleador dueño del récord.
Salió todo mal.
Me desperté temprano apurando a mis padres para que saliéramos pronto. Quería llegar temprano. Hubo un accidente que nos tuvo detenidos en carretera. Cuando llegué el partido había empezado. El entrenador, sabido de la importancia del juego, de mi récord, y por lo mucho que quería ganar, hizo un cambio a los 20 minutos para que jugara. Perdí cinco ocasiones claras de anotar antes de lesionarme. En una jugada se me venció el tobillo que no aguantó y se fracturó. Perdimos el encuentro y el torneo, el récord anterior siguió vigente.
Terminé en un hospital, cuando en realidad todo lo que quería era encerrarme en mi habitación y olvidarme del mundo.
En la camilla me enteré de que el accidente fue del auto en el que iba Ema. Iba hacia el campo a verme jugar.
Falleció.
Pasó el tiempo y fue hasta mayo cuando encontré otro papel: «No existas el 9 de mayo». Estoy casi seguro de que había olvidado el papel anterior, hasta que vi el nuevo.
No esperaba nada especial en esa fecha. Más allá de la intriga, lo único que yo quería era tener un día tranquilo y no lo fue. Me quedé dormido y llegué tarde a una presentación que daba a primera hora. Me llamaron la atención por un chiste en clase que yo no hice, me peleé con mi mejor amigo porque le escuché comentar sobre la muerte de Ema y decir que de alguna manera yo era culpable de su fallecimiento. A la fecha no hemos vuelto a hablar. De regreso a casa se descompuso el transporte y tuve que caminar. Resulté malhumorado y peleando con todos. Fue uno de esos días que uno debería poder olvidar.
Otro año, otra nota: “No existas el 13 de julio.
Entré en pánico.
Hasta ese momento no había relacionado mi mal día del año anterior con aquel en donde perdí a Ema. No es lo mismo pelearte con alguien que perder a una persona para siempre.
Aquellas notas no podían venir de una persona. El conjunto de circunstancias de la vida solo puede ser manejado por el azar o, en este caso, por un ser sádico que disfrutaba ver cómo se torcía mi vida en fechas anticipadas. Sé que lo disfruta porque un día torcido sin advertencia, es solo un día cualquiera, para cualquiera.
Condicionado por el miedo, decidí que no saldría de casa el 13 de julio. Me quedaría encerrado y evitaría toda interacción. Pediría que me dejaran la comida en la puerta de mi habitación y que no me hablaran. No le daría el gusto de exponerme, a lo que fuera que jugaba conmigo, y menos el de divertirse a expensas mías. Todo lo que deseaba era un día tranquilo.
Poco antes de las tres de la mañana hubo un corto circuito en el estudio. La alfombra propagó rápidamente las llamas. Nos tomó por sorpresa y tuvimos muy poco tiempo para reaccionar. Mi hermano no logró salir de su habitación. Los bomberos atendieron tarde el llamado. Se perdió casi todo. El dolor; verlos sufrir a mamá y a papá; tener que dar explicaciones una y otra vez a las autoridades, a familiares y amigos que, quizá con preocupación real, necesitaban ver saciad su curiosidad.
Aquello fue doloroso, agotador, estresante, triste… fue todo menos ese día tranquilo que yo anhelaba.
Aún tardé un tiempo en entender la dinámica. Recibo solo una nota por año y nunca falla, siempre me aguarda en algún lugar. Y no, no es una advertencia porque vendrá sobre mí un día de mala suerte. Es una invitación a que no desee nada. Eso que nos mueve a todos los seres humanos. El deseo constante, el anhelo insaciable, la necesidad de ir en pos de algo, por grande o pequeño que sea. Deseamos. Siempre estamos deseando.
En esas fechas ocurre justamente lo contrario de lo que deseo. Es como una lección. Como una advertencia o quizá un “te lo dije”. Es un abrir los ojos a la naturaleza insaciable que nos mueve y, quizá, una llamada de atención para que aprenda a comportarme de otra forma.
No lo he logrado.
A lo largo de los años he perdido más personas, perdí oportunidades, perdí momentos, victorias, logros. Perdí la tranquilidad y el placer que habita en la nada.
También me quitaron lo que, muchas veces sin saberlo, anhelamos todos: la paz.
Supongo que no deseo tanto la vida, porque sigo acá o es que en esas fechas deseo morirme. No lo sé. Con todo, un día de esos intenté morir y no lo conseguí.
Hace una semana Marle me contó que está embarazada. Me hace tanta ilusión ser papá.
La última nota que recibí está fechada para mañana y temo que todo lo que desearé es que mi bebé y Marle estén bien
Tengo en mis manos un bote de pastillas para dormir.
No sé si tomar algunas para pasar muchas horas dormido y evitar los deseos.
Pienso que quizá por eso sea importante dormir, porque descansamos de ser lo que somos a cada hora: un ser que desea.
O no sé si tomarme todas, morir y asegurarme de que estarán bien.
¡Deseo tanto verle crecer!
Deja una respuesta