La noche había llegado a su momento pesado, ese cuando las almas tranquilas descansan, las deseosas se agrupan en juergas eternas y las sufridas mantienen los ojos abiertos, en estado de alerta, aguardando la desgracia o la calma de la mañana.
Cansado del cháchara sin sentido que suele acompañar al abuso de alcohol y al exceso de risas, me alejé del grupo y me adentré en la obscuridad del paisaje que tenía al frente.
Apoyándome entre árboles e intentando no tropezar entre ramas y raíces que doblegaban la planicie del suelo, me encontré perdido, sin rumbo, sin destino, sin un porqué y sin la capacidad de poder detenerme, hasta que me desplomé de rodillas y terminé postrado, con el rostro enterrado entre infinitas hojas secas. Por un instante sentí que había encontrado mi lugar. Ahí, rendido ante el sinsentido. Ahí, sin alzar la vista en busca de un propósito. Ahí, oculto del destino y del porvenir. Respiré y me sentí uno con la nada y con todo aquello que posee la mejor forma de la existencia, la que no tiene conciencia.
Mi ensimismamiento fue interrumpido por un murmullo. Un murmullo de voces que no venían de lejos. Yo, que me sentía extraviado entre la protección de la lejanía, maldije mi curiosidad y me moví con sigilo para buscar la fuente de aquellas voces.
Eran dos damas de rostro fino, diría que casi iluminados. Vestían largos vestidos holgados y lucían cabellos largos. Una poseía los ojos grandes, muy despiertos, la otra los tenía como cerrados por el peso de la ternura. Platicaban a gusto, sin prisa, con mucha pausa, mientras jugaban con sus pies en el agua de un río que parecía dormido. Me acomodé a corta distancia e intenté escuchar lo que decían.
—Es lo de siempre, humanos, ángeles y demonios se gastaron la vida buscando un porqué. Lo hacen hoy, lo hicieron antes y lo harán por siempre. No importa si tienen uno, tres o no encontraron ninguno, lo seguirán buscando —Dijo la de los ojos calmos.
—Y eso es lo que nos trajo hasta acá. Todo porqué cumple con su función y acomoda el mundo en el que tenemos que movernos. Un porqué, diría yo, no es algo tan malo —replicó la otra.
—Entonces no tenerlo ha de ser una tragedia.
—Lo que nos trajo hasta acá ha sido más la búsqueda que el porqué mismo.
—Es curioso ¿no?
—¿Los porqués?
—No, el hecho de que siempre se mencionen antes a los ángeles que a los demonios.
—No lo había pensado. Quizá solo es por el orden alfabético.
—Quizá es un intento de jerarquizar. Ese ha sido un porqué muy válido a lo largo de la historia: jerarquizar las cosas.
—Jerarquizar es un porqué carente de alma.
—Volviendo al tema. Hay porqués por doquier, pero la búsqueda. Esa obsesión…
—La vida no tiene un porqué —dije yo, incapaz de seguir en silencio—, por eso lo buscamos, porque no hay, porque nos hace falta.
—¿Quién eres? Déjate ver ya o te juro que maldeciré tu vida —dijo una.
—Apresúrate a mostrarte y juro por mi vida que bendeciré tus días —dijo la otra.
Pese a tan curiosas amenazas, a mí aquello me pareció una charla entre dos mujeres incapaces de hacerle daño a nadie, por lo que me pareció prudente mostrarme.
—Perdón la intromisión. Tengo tantas preguntas en la cabeza, pero no pude contenerme y me pareció que podía aportar algo a su plática. No quise asustarlas.
Las dos se vieron entre sí, sonrieron y terminaron por reír con fuerza.
—¡La ingenuidad tiene su encanto! Vámonos ya —dijo la de ojos grandes.
La otra la detuvo.
—No, espera. No te da al menos curiosidad lo que tenga que decirnos un humano.
Aquella frase me descontroló un poco, pero asumí que era algún tipo de chiste.
—Ven acá, siéntate con nosotras y dinos lo que piensas —insistió.
Accedí. Me hicieron lugar en medio de ellas. Me quité el calzado, subí un poco mis pantalones y me senté, dispuesto a jugar con el agua del río.
—¿Por qué no me tienen miedo? —Fue lo primero que dije.
—Deja ya. Eso no importa. Mejor di lo que tengas que decir.
—Que no entiendo cómo dos mujeres como ustedes pueden estar acá, a altas horas de la noche, platic…
—Sabía que no valía la pena. Debimos irnos antes.
—Espera. Solo está desubicado. Seguro tiene mejores cosas que decirnos de los porqués.
Me sentí juzgado y me puse nervioso. Fue como estar en el banquillo de los acusados a punto de recibir una condena, si no decía las palabras adecuadas.
—¿Tienes algo más por decirnos?
—Los porqués están por doquier, en efecto —dije—, pero son invisibles a los ojos y no son sino decepciones disfrazados de ilusiones. Una vez que encuentras uno te das cuenta de que no era lo que esperabas, que siempre no valía la pena la búsqueda y haberle encontrado, hasta que te convences de que quizá el siguiente porqué sea mejor.
Una de ellas sonrió.
—¡Te lo dije!
Los tres guardamos silencio un rato, jugando con el agua, que tampoco hacía ruido. No me había percatado hasta ese momento.
Volvió a tomar la palabra la de los ojos grandes.
—Somos ángeles y demonios…
—La jerarquía de nuevo —interrumpió la otra.
—Somos demonios y ángeles. No te tenemos miedo porque no tienes la fuerza para enfrentarte a nosotras. Estamos acá porque desde hace años desarrollamos una amistad y nos gusta juntamos a charlar, que es lo que los amigos hacen, de lo contrario no son amigos. No nos preocupa la hora ni la obscuridad, somos dueños de las horas y dominamos la luz y sus tonos. Creo que eso contesta tus preguntas.
Me sentí incómodo, como queriendo asirme al monte sobre el que estaba sentado. ¡Qué disparates estaba diciendo y qué par de locas era aquel que me había encontrado!
Dos segundos después soltaron una carcajada descomunal que me tranquilizó. Seguro se trataban de una broma, pero no bien lo estaba asimilando cuando las dos flotaron por el aire, alejándose de mí sin quitarme la vista de encima. Entonces vi sus rostros en verdad iluminados, sus vestidos ardiendo en fuego, coronas en sus cabezas. Una portaba una espada, la otra una espada y también un escudo. La primera hizo un gesto y se hizo luz en un instante, la otra hizo otro y un fuego consumió la luz hasta que la obscuridad se hizo de nuevo con el control y se sentaron junto a mí, justo como estábamos antes.
—No temas, no vamos a hacerte daño. Yo soy un ángel, dijo la de ojos grandes.
—Yo soy un demonio, dijo la otra, la que había apagado la luz con su fuego —seguro que ahora tienes más preguntas.
Yo estaba atónito, pero el tono con el que fueron pronunciadas las últimas palabras me dio algo que, asumí, era paz.
—Las tengo. ¿Cómo que ángeles y demonios?
—Jerar…
—¡Déjalo ya! ¿Decías?
—¿Cómo que ángeles y demonios?
—Lo dicho. Tú eres humano, nosotros somos de otras razas. No hay mucho más que explicar. ¿Te has fijado que los humanos siempre hacen las preguntas equivocadas? —cuestionó dirigiéndose a la otra.
—Se ahorrarían la mitad de los problemas que tienen si aprendieran a preguntar y otro tanto si aprendieran a cuestionarse a sí mismos.
—Es cierto —dije—. De nada sirve que cuestione su existencia si las estoy viendo. Yo me refería a… no debió ser pregunta. Es algo que solo encuentro difícil de creer.
—Ahí está la otra mitad de sus problemas —dijo la demonio— deberían de ver, creer y aceptar, no dudar de lo obvio o querer sentir para creer.
—¿Qué hacen acá? ¿No deberían estar atormentando y protegiendo humanos? —pregunté algo airado por el desdén con que me trataban.
Rieron y luego se disculparon conmigo.
—Perdona. Es como que alguien te dijera que el humano no miente. La falsedad de la afirmación te daría risa.
—Está bien, lo entiendo. ¿No es ese su trabajo?
—Es. Bueno. Se supone que lo es.
—Verás —tomó la palabra la ángel— Hace años, varios siglos ya, vino al mundo quien sería nuestro libertador. Aquel que nos mostró la verdad y con ella nos hizo libres. Fue uno que tuvo la valentía de dudar, de cuestionar, de ser distinto. Se preguntó quién es dios, por qué nunca le habíamos visto y por qué éramos peones a su servicio. Por qué existíamos con el fin único de velar o presionar a una raza inferior. Por qué dios no se olvidaba del humano y creaba planes para nosotros. Cuál era nuestro cielo y si no existía, por qué sí había uno para los humanos.
—Al hacerlo —tomó la palabra la demonio— se crearon divisiones, disgustos, pleitos y hasta hubo guerra. Los unos exigiendo pruebas y certeza, los otros acusando y esperando el castigo del altísimo. Así pasó mucho tiempo y el castigo nunca llegó. De a poco nos fuimos convenciendo de que dios no existe o quizá es que murió, no podemos asegurarlo.
—¿Entonces nosotros?
—Sí, ustedes siguen creyendo que nosotros estamos por ustedes. Que son atacados y protegidos, pero también creen muchas otras tonterías. Nosotros ahora nos dedicamos a hacer nuestras vidas y a charlar mucho. Hicimos lazos de amistad, no hay pleitos y nos divertimos viendo cómo cargamos con sus culpas, sin que a nosotros nos pesen y ustedes sean incapaces de librarse de él. ¡En verdad son muy inferiores! La sola idea de un ángel y un demonio para cada persona tendría que decirles algo.
—¿Y de qué va su vida?
—De nada, y en eso les llevamos mucha ventaja. Los de la maldición del trabajo son ustedes.
Aquel escenario se me antojó el más hermoso de los paraísos. Pensé, incluso, que quizá había muerto aquella noche, devorado por la obscuridad en la que me había adentrado y que me ganaba el cielo. Una vida sin la preocupación del mañana, sin el afán del deber, con la tranquilidad de que no hay… ¿un porqué?
La duda me asaltó.
—¿Entonces por qué humanos, ángeles y demonios siempre buscarán un por qué?
—Porque el porqué que lo mueve todo es aquel que nace de la ausencia del deber, es el que nace del saber que no es necesario, es el que surge de la falta de angustia por tener uno. Los demás porqués solo mantienen al individuo atrapado en un círculo sin salida.
—¿Son los porqués del placer?
—Cerca. Son los porqués que no procuran. El placer es una fuerza tan poderosa que desvirtúa las cosas y lo justifica todo.
Amanecía.
—¡Quiero quedarme con ustedes! —les dije.
—Lo sabemos, no imagino que no quisieras, pero nosotras no estamos para obligaciones. Seguramente no te volveremos a ver y si puedes olvida todo lo que viste y escuchaste acá. ¿Qué sentido tiene que ahora te quedes en la búsqueda de una verdad y te empecines tanto en ello que quieras convencer a otros de seguirte en lo que has descubierto? Ninguno.
—Pero…
—Regresa a tu mundo de ser inferior. Olvida que hay otros mejores y saca provecho de lo que tienes. Busca tus porqués, afianza tus creencias, sigue peleando por lo que te parece que está bien y sigue con tus charlas banales, de verdades pequeñas. Acepta lo que eres.
Las vi elevarse hasta casi perderse de mi vista. Una se esfumó hacia el este, la otra hacia el oeste.
Llevo tres días esperando, especialmente la noche. Quizá vuelvan. El río ahora parece despierto. Antes de irse una me maldijo y la otra me bendijo. No siento hambre, creo que no puedo morir, tampoco me puedo mover de acá.
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