Nunca algo me cautivó tanto de una mujer, como el hecho de que me ignorara de forma intencional.
La historia de mi vida se vio favorecida por el arduo trabajo y empeño que puso papá, en crear riqueza para otros. Fue diestro para moverse en el mundo empresarial y alcanzar, dentro de estas, niveles de directivo importante. Eso nos permitió, a mamá y a mí, gozar de buenas vacaciones esporádicas, estudios para mí con cierto grado de prestigio y vivir, digamos, de forma acomodada. No vivíamos nadando en dinero, pero este nunca escaseó. Asumo que esa dedicación también hizo que lograra conquistar a mamá, una mujer preciosa, de quien heredé lo mejor de mi físico. No es por engreído, pero resulté con un aspecto físico que no puede pasar desapercibido.
La belleza fue el regalo que me dieron solo por el hecho de haber nacido. Lo supe siempre y tampoco es que fuera difícil deducirlo de las reacciones que produzco en los demás.
Imagíname en un bar. Estoy brindando con mis amigos, quienes reconocen mi poder de atracción y tratan de sacar provecho de ello. Yo, acostumbrado a que todas me vean, sé que en ese mismo momento estoy robando suspiros y generando risas y comentarios pícaros. Entonces veo a una mujer, una mujer cualquiera, no importa si es atractiva o no, eso es lo de menos. Si le capturo la mirada y no me ve con interés o me desvía la vista y me ignora, al instante se convierte en un punto de interés para mí. Importa muy poco que tenga pareja o no, o cualesquiera motivo, yo necesito probar que no me equivoco, que en realidad soy demasiado atractivo como para que exista alguien que se me pueda resistir. Haré lo posible por acercarme, hablarle y pasar la noche con ella o al menos sacarle un beso. Si está acompañada intentaré conseguir su número o algo de información, con alguna amiga, quien, sorprendida por mi interés, accederá sin pensarlo.
Después de lo que has leído, sabes que te contaré de la primera vez que ese juego mío falló, si no, no habría historia que contar. Al menos no una interesante.
Su nombre es Perla. Visitó un restaurante que yo había estado frecuentando. Pasó más o menos lo que ya te expliqué. Estaba sola y tras ignorarme, me acerqué, sonreí, le hablé y, en efecto, no pudo evitar corresponder. La acompañé hasta su auto, seguro de que eses gesto me llevaría el beso que deseaba, pero cuando me acerqué, me empujó con delicadeza y volteó su rostro. Qué sensación tan extraña sentí. Extraña, pero agradable, quizá por lo nuevo e inesperado.
No me saldría con la mía, no esa tarde. Me pidió mi número de celular, me marcó y me dijo que otro día. Se subió a su auto y se marchó. Casi parecía lo mismo, solo tenía que esperar, pero no lo era. Esa tarde fui rechazado.
No podía sacármela de la mente a Perla. ¿Por qué? Si siempre sí quería, tanto daba que nos besáramos esa tarde u otro día. ¿Qué se proponía? ¿Qué la obligó?
La llamé esa misma noche. La idea de tener que esperar me descontrolaba. Contestó y aceptó que nos viéramos esa misma noche en su casa. Me dio la dirección. Me quedaba retirado, pero acepté igual, aunque he de decir que un tanto decepcionado. Si pasaba la noche con ella, Perla sería solo una más.
Me recibió en la puerta de su casa. Vestía un traje que más que cubrir su cuerpo era una invitación a que la hiciera mía.
Entré pensando solo en llevarla hasta la cama, cuando quedé inconsciente. Es todo lo que recuerdo.
Cuando desperté, Perla estaba a mi lado y me contó lo que había sucedido. Según ella, habían pasado muchos días desde que llegué a su casa. Convenció a unos amigos de llegar a su hogar, cirujanos ellos, para que se encargaran de mí. Verás, me dijo, la fealdad en el mundo existe solo porque también existe la belleza y de esta segunda hay mucho menos. Aparte, es realmente injusto que la vida te sea más fácil a ti solo porque la fortuna decidió dotarte de un atractivo fuera de balance con la mayoría de los seres humanos, así que hicimos algo al respecto. Aún deberás estar acá en recuperación un tiempo. Te han practicado una serie de operaciones en el rostro que por ahora te dejarán irreconocible. Serás feo, y más allá de que puedas operarte para reconstruir tus facciones, nunca volverás a ser el mismo. Eso hará que el mundo se convierta en un lugar más justo. No necesitamos aventajados que solo usan sus características naturales para encamarse con alguien. Tu vida, de ahora en adelante, será más difícil, lo cual también es justo. A lo mejor así se compensa la forma en que viviste hasta ahora. Piensa que, si en un futuro consigues a alguien, será por lo que en verdad eres, no por el aspecto que tienes.
Mientras hablaba, más allá de las vendas y el dolor, noté que estaba atado y le grité: “¡Estúpida! ¡También somos la forma en que nos vemos!” Y alguna cosa más, tras lo cual abandonó la habitación y ya gritarle me pareció un sinsentido.
Los días siguientes fue de enojarme, maldecir y asustarme, porque no sabía lo que se vendría. No sabía cómo volvería a vivir. También fueron de incertidumbre, no tenía idea de cómo me habían dejado, qué tan grave era o si solo mentía.
Un buen día me quitaron las vendas, dijeron que estaba todo listo, me inyectaron algo y desperté en la banca de un parque bastante popular, que me permitió ubicarme sin problema.
Mi primera reacción fue encontrar algún espejo o algún vidrio que reflejara lo que era ahora. En efecto, me convertí en alguien horrendo. En alguien que lastima la vista. En un despropósito para las miradas. En algo a lo que querés dejar de ver, pero que se te hace casi imposible. Esa noche, lo sabía, de nada serviría sonreírle o hablarle a alguien para que me ayudara. Caminé hasta casa.
Las semanas siguientes estuve casi solo en mi habitación, sintiéndome el más miserable de los humanos. Por más esfuerzo que hiciera, el dinero de papá no alcanzaría para que yo volviera a ser quien fui y tampoco existía un mago de la cirugía, capaz de volverlo todo a su forma natural. Durante mi encierro nunca tuve una revelación, una epifanía o un momento de reflexión importante que me hiciera levantar y tomar el mundo en mis manos. Más bien fui saliendo de a poco de mi letargo existencial. En lugar de esperar que algún familiar o amigo, acusado por la lástima, me llevara algo que me faltaba, empecé a salir a comprarlo yo. Fue curioso cómo algo tan simple se hizo tan complicado, tan difícil, tan pesado. Actividades sencillas requerían mucho esfuerzo de mi parte.
Entonces noté algo. Yo seguía siendo un imán para las miradas. La gente simplemente no podía ignorar mi presencia, quizá menos que antes, solo que ahora yo no tenía que acercarme, ni ponerme a prueba.
Pasaron décadas desde que me desfiguraron el rostro. Yo tenía razón, también somos el físico que portamos, porque somos un todo. No somos solo lo de dentro, ni solo los sentimientos o solo nuestras formas de ser. En todos estos años nunca nadie se me acercó. Sigo solo. Igual creo que si no me hubiera pasado esto, de todas formas, lo estaría.
Las miradas de la gente ya no alimentan mi ego como lo hacían, pero tampoco me lastiman. Uno siempre aprende a vivir, si vivir es lo que se desea.
No sé si aquella noche, en la que decidieron arrancarme la belleza, me hicieron un favor, aunque procuro convencerme de que sí. Después de todo, me convirtieron en una persona sin obligaciones sociales y eso, créeme, tiene su encanto.
Sea como sea, nunca se lo recriminé a Perla, ni pienso hacerlo a la noche que venga de visita. Ella también se quedó sola. Hoy tenemos nuestra noche de Netflix y vino.
Deja una respuesta