Me encontraba caminando a eso de las tres de la mañana por las calles abandonadas de mi barrio. Venía de reunirme y pasarla bien con unos amigos. También venía de perder todo el dinero que me quedaba para terminar el mes. ¡Maldito diez de espadas!
A pesar del alcohol, que se adueñaba de parte de mi funcionar físico, mi mente iba preocupada porque no tenía idea de cómo haría para alcanzar el fin de mes.
Creo que lloraba. No estoy seguro.
Trataba de convencerme de que ya antes había estado en estos apuros y de que ya más bien esto era un hábito, pero es que siempre es humillante tener que recurrir a pedir ayuda a la gente, porque pesa en el “Mi vida va de maravilla” que todos deseamos presumir.
Fue entonces que vi cómo una porción del viento tomaba forma y se apresuraba a correr, pasando frente a mí. Apenas pude verle. La figura desaparecía cuando intentaba seguirla con la vista. Di tres pasos más y de nuevo pasó frente a mí. Su velocidad era vertiginosa, pero alcancé a ver que sí era alguien que corría frente a mí.
Ocurrió una vez más. Esa vez me rodeó, siempre a gran velocidad. Dio tres vueltas a mi alrededor y desapareció hacia mi derecha.
Dejé de caminar, ya no pude, el miedo no me lo permitía. Solo esperaba.
Entonces la forma, a la distancia, se hizo más grande. La vi correr aprisa directo hacia mí. Vi sus ojos, era toda la maldad en una mirada. Venía por mí. Me haría daño. Me atacaría y yo no tendría ninguna oportunidad… pero tropezó.
Le vi trastabillar. Con sus manos intentaba no dar de lleno con el suelo. Sus pasos eran descompuestos, asincrónicos. Ahora sus movimientos eran como en cámara lenta. Escuché el gemido como de quien siente el dolor antes de tiempo. El ser, ahora desarticulado, terminó por caer de bruces, con el rostro enterrado y las articulaciones en una posición nada decorosa.
¡Qué carcajada! No recuerdo la última vez que reí así. Me dolió el estómago. Terminé sentado en el suelo gimoteando de risa.
Se puso de pie y su aspecto era por demás desagradable. Su rostro era como de quien carga un dolor muy grande encima. Me hizo pensar en su mirada de antes, como si se librara de su peso al atacarme. Ahora se veía devastado.
A pesar de su esfuerzo, soltó una risa que creció y creció.
Ahí estábamos los dos, en una calle solitaria, riendo a carcajadas el infortunio de uno de los dos, y no era el mío.
Se incorporó y se acercó con paso lento. Mi miedo había desaparecido. Ha de ser que uno tiene la idea de que no se hace daño a aquel con quien se comparten carcajadas.
Se sentó a la par mía y me vio como sin saber por dónde iniciar la conversación. Yo quería preguntar que qué era él, pero no encontraba la forma. No vale la pena enojar a alguien tan mal encarado, rápido y capaz de aquel papel de malo.
—Ya deberías estar muerto —Fue la primera frase que soltó—. Soy un demonio y vengo por tu alma —agregó con calma.
Tuve problema en articular alguna frase.
—Tranquilízate, ya arruiné el show —insistió.
En realidad intenté tranquilizarme.
—¿Qué show?
—Mi trabajo…
Hizo una pausa.
—… Más bien, mi condena, que es dedicarme a recoger las almas de la gente para llevarlas al infierno. Debo hacerlo con estilo, con clase, respetando ciertas normas, pero lo arruiné.
—¿El show?
—El show. Debo parecer malo. Debo dejar una experiencia desagradable en aquel que se topa conmigo.
—¿Para qué? —pregunté, respirando con más calma.
—No lo tengo claro. Creo que hay quienes logran escapar y luego hacen que se perpetúe esa idea del infierno al que tanto miedo le tiene la humanidad. Ha de ser que así les tienen controlados. ¡Ya sabés! El bien y el mal y todo eso.
—¿Entonces existe el cielo, el infierno, dios, el diablo…?
—No, nada de eso es cierto —rió—. La gente se muere y ya.
—¿Así sin más?
—Así sin más.
—Pero estás acá… ¿Cómo explicás que estés aquí?
—Explicá que vos estés aquí.
No pude.
—Yo soy. Y soy para esto. Asusto y la gente se muere.
—¿Cómo? —Interrumpí.
—Lo verás a su tiempo.
—¿Y cuál es tu recompensa?
—Supongo que ser. Ser lo que soy. No hay más. Tampoco aspiro a más.
—¿Nunca te lo cuestionás?
—Todo el tiempo. Como algunos de ustedes lo hacen.
—¿Y los tuyos?
—No hay. No los veo. No sé si están.
—¿Pero existen?
—Más personas mueren. Han de existir.
—Tu existencia parece triste ¿Cómo es que…
—¿Mi existencia? No tenés para llegar a fin de mes. Lo fuiste a despilfarrar todo en un juego de cartas. No tenés ni a quién pedir ayuda. Andás solo por la calle a esta hora sin que nadie se preocupe por vos ¿y mi existencia es la triste?
Parecía exaltado.
—Se les da tan bien juzgar —continuó—. Tienen tres datos y deducen la historia. Ven un acto de alguien y la tolerancia se les esfuma. No comparten una opinión y ya tienen enemigos. Su especie sí que da tristeza.
—Yo solo…
—No mi amigo, no. Aprendieron tan poco. ¡Qué bueno que su existir se corta de tajo y de ustedes no queda nada!
Guardamos silencio.
—¿Y ahora qué pasará conmigo? —dije, con miedo de la respuesta.
—Por ahora nada. No voy a matarte. Quedarás vivo y seguro hablarás de lo que te pasó, ya porque confíes en alguien o porque bebas de más.
—¿Solo me voy?
—Como lo haré yo. Igual en algún momento vendré por vos.
—¿Pronto?
Me vio con desdén y no contestó.
Se puso de pie y se marchó por donde yo venía. Me puse de pie y encaminé hacia mi casa, apenas creyendo lo que me había pasado.
Al día siguiente me desperté sobresaltado. Quise recordar lo acontecido, incluyendo la cantidad de licor que había ingerido. ¿En realidad había salvado la vida por un tropezón?
Pasaron los días y las semanas y de a poco fui restando importancia a aquella noche, convencido de que había sido exceso de alcohol o un sueño. Incluso lo conté alguna vez en reunión con amigos como eso, como un sueño curioso.
Hoy que desperté, junto a mi almohada había una nota:
«A lo mejor el alma, dios, el diablo, el cielo y el infierno sí existen. Quizá solo quise jugar con vos y con tus creencias. A lo mejor mi caída fue parte del show. Quizá lo que me proponía era crear un ser cínico, que despreciara la vida o al menos que no se afanara por ella, porque vería en su muerte un final sin más consecuencia que el final mismo. Es posible que desaprovecharas esa oportunidad racionalizando todo, culpando a la imaginación o a la bebida. A lo mejor de lo que dije solo la mitad es cierta, pero ¿qué mitad será? Quizá te toque morir pronto y venga por tu alma con otro show».
La firma de la nota dice: Tu demonio.
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