Recibí la llamada y salí tan rápido como pude. Papá había salido de casa a comprar una medicina y ahora yacía en una cama de hospital. Un conductor perdió el control de su auto, se subió a la banqueta, se llevó consigo unos vitrales, algunos rótulos y estaba a punto de llevarse la vida de mi progenitor.
Lo encontré como ausente. No hablaba. Veía como sin enfocar. Solo verlo supe que la vida de papá le había abandonado. Cuando me miró puso cara de angustia, lo que hizo que me acercara con prisa. Con mucho esfuerzo me tomó del brazo y me jaló hacia sí. Me dio la sensación de que había estado esperando por mí. Le llevó un tiempo y luego con esfuerzo logró pronunciar unas pocas frases: “Encuéntralo. En mi otra casa. ¡Encuéntralo!”.
Extendió la última sílaba y exhaló por última vez.
Dar con su otra casa no fue difícil. El inmueble estaba a su nombre en el Registro de Propiedad. Lo complicado fue tomar valor de presentarme a un lugar del que hasta hace poco desconocía su existencia y presentarme a buscar algo sin saber qué debería encontrar. Es algo así como buscar la felicidad cuando no se sabe lo que eso es.
Un jueves por la tarde me salí de la oficina y fui a la dirección. Una casa bien conservada con un jardín cargado de colores y una cerca que no ponía ninguna seguridad. Toqué el timbre y al poco salió una señora, no anciana, tampoco joven, de modos amables. Se acercó hasta la puerta con la frase: “Tú debes ser el hijo de Danilo”.
Recuperado de la impresión, Silvina me invitó a pasar. Dentro el ambiente estaba cargado de luz artificial y con todo, no dejaba de ser un sitio acogedor. Me senté y acepté la taza de café que me ofreció.
Mientras traía el café comenzó a hablar:
— Sé que no lo sabes, así que es más fácil empezar por acá: por muchos años yo fui la amante de tu padre. — No esperó a que reaccionara, solo continuó hablando — Era un buen hombre y nunca quiso hacerle daño a tu madre, quien nunca llegó a enterarse. Con él manteníamos comunicación constante, pero venía poco, cosa de no despertar alarmas en su matrimonio, al que nunca descuidó. Yo no era exigente y él era relajado. Incluso después de la muerte de tu madre no hicimos por formalizar nada. Llevábamos muchos años con nuestra misma dinámica y eso nos sentaba bien.
No supe bien cómo reaccionar. Sentí que debía sentirme ofendido, pero hubiese sido actuado. Así que solo sonreí.
— Mi padre… ¡Quién lo diría! —dije, esbozando una sonrisa.
— Haces bien en no juzgarlo. Y en no juzgar a una desconocida como yo.
— El accidente…
— Sí, el accidente. Me dolió mucho. Me sigue doliendo. En realidad lo quería y… Bueno, hay poco que decir al respecto, no te preocupes.
— Antes de morir me dijo que encontrara algo y que lo buscara acá, en su otra casa.
— Dijo que vendrías. Ven.
Me llevó a una sala más pequeña que estaba al lado. Había un par de sofás, una pequeña librera con varios libros, un equipo de sonido y una lámpara muy particular.
— Compartimos mucho de nuestro tiempo aquí. Las horas se nos iban entre café, música y libros. Casi todos son de él. Tienen su nombre. Si quieres llevártelos…
Insistí en que no, que aquello era algo que había compartido con ella y que aquel era su lugar. Pero sí me permití tomar algunos para ver los títulos y su nombre escrito con su propia letra.
— Creo que lo que buscas es esto — me dijo.
Era un cuaderno. Dentro tenía anécdotas o historias escritas por papá. Leí un par y no me parecieron particularmente buenas. Hubiera querido leerlas todas, pero lo encontré descortés, así que solo hojeé hasta la última página escrita. En ella estaba escrita una frase, con letras grandes: “LA GENTE SE EMPEÑA EN BUSCAR LUGARES Y SE OLVIDA DE BUSCAR TIEMPOS”.
Sonreí y al mismo tiempo sentí cómo una lágrima se situaba en mi ojo. No tuve duda, aquello era lo que papá me dejaba. Una gran verdad. Una frase de sabiduría. Algo que pudiera usar por el resto de mi vida.
Con júbilo y acelerado abracé a Silvina y le di las gracia. Le prometí que volvería para que me contara más de papá, aunque sabía que nunca cumpliría esa promesa. Quiso decir algo, pero no la dejé. Salí de la casa casi corriendo y llegué a la mía entre sonrisas y llanto.
Mi matrimonio atravesaba problemas, la rutina, que no pudimos entender, nos estaba consumiendo. Cuando llegué le pedí a mi esposa el divorcio, empaqué algunas cosas y me fui de casa, dejándola a ella atrás, y con ella a los niños. No me desentendería de ellos, le di mi palabra. Lo que quería era mi libertad a cualquier precio. Lo que quería era buscar mis tiempos y dejar de desperdiciarlos.
Fue hasta el lunes que presenté mi renuncia de aquel trabajo que nunca me satisfizo. Cambié de número de celular y así perdí a casi todos mis amigos y conocidos. Si la vida que llevaba no me gustaba era porque los ingredientes en ella eran defectuosos y tenía que cambiarlos sin perder tiempo, estaba seguro.
Papá murió hace siete años. Ahora vivo en un pequeño y desordenado apartamento, con muy pocas obligaciones.
Hoy por la mañana quise contactar con Silvina, pero fui a su casa a enterarme de que falleció hace un par de años. Y es que… encontré lo que papá me dijo pero, ahora no sé qué hacer con tanto tiempo libre.
“La gente se empeña en buscar lugares y se olvida de buscar tiempos”. Quizá Silvina tenía algo que aportar a eso o yo lo entendí mal… Quizá no era eso lo que papá quería que encontrara.
¡Maldición! ¡Cómo diantres se busca algo que no se sabe lo que es!
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