Dejar de Escribir

Han pasado casi dos meses desde que anuncié el lanzamiento de mi último libro y el mismo tiempo desde que escribí algo por última vez. ¿Coincidencia? No lo creo. Tengo teorías sobre el por qué he dejado de hacerlo y sobre porqué hasta me planteé abandonar esta actividad, pero la coincidencia no es una de ellas.

Como la primera candidata, he pensado que quizá es que se me acabó la gasolina. Que la parte creativa, como todo en la vida, se termina, y que ya no hay más por generar. Que me he quedado seco y que no encuentro dónde llenar de nuevo el tanque.

Antes de seguir quiero aclarar algo: que el que haya creatividad no significa que lo creado sea bueno, solo es eso, que hay imaginación para darle forma a algo, por mal armado que aquello termine, y no me compete a mí, o por lo menos no quiero en esta ocasión, pregonar como buena o mala mi creación literaria, pues creo fervientemente que todo escritor y todo artista mantiene dentro de sí aunque sea una pizca de esperanza de ser un Van Gogh a quien le sea reconocido su trabajo por otros, aunque sea después de la mal llamada fatídica hora de dejar el mundo. No lo sabré y me quedo con mi pizca, no me la quiten.

Aclarado eso vuelvo a lo de las teorías, y la siguiente es que quizá todo creador literario tiene como condena el exigirse cada vez más y que una vez que uno se topa con el límite de la propia capacidad, ya no hay hacia dónde ir. Vamos, que podría crear más historias porque aprendí a hacerlo, pero que no estaré conforme porque de antemano sé que aquello no será de mi agrado.

Aunada a esa misma idea, mi tercera teoría plantea que, dada la exigencia que se va alimentando en el interior del creador, claro, cuando lo de escribir se lo toma con sentimiento y no solo por llenarse la boca diciendo que escribe, tiende a dedicar una importante parte de su tiempo a juzgar lo que hasta entonces ha hecho y no puede sino sentir vergüenza del poco nivel que alcanzó en sus publicaciones previas, y entonces le toca a uno ir por la vida sonriendo cuando le dicen que es admirable que escriba y por dentro ir derramando lágrimas de pena lloradas por el ego y no por el ojo que lo de llorar lo tiene más fácil.

Sin embargo, lo que me ha pasado a mí, luego de meditarlo mucho, es algo a lo que he llamado depresión post publicación. Algo que no sé si existe y sobre lo que no he querido googlear, porque a lo mejor el concepto ya está y tiene otro sentido y me va que no quiero pasar dos meses más buscando otro nombre que no googlearé, para luego darme cuenta que también existe… y esperar dos meses más y… creo que entendieron la razón de no hacer la búsqueda.

Luego de mis cuatro publicaciones anteriores lo que me daba era un enorme deseo de seguir escribiendo, que, no tengo duda, ha de ser el cerebro quien tras haber disfrutado una maravillosa experiencia de halagos, cumplidos y aplausos, quiere repetir lo vivido, y eso está bien, así funciona el cerebro y así somos los humanos, nos motivan muchas y variadas cosas y es la forma en que nos ponemos a trabajar.

Esta vez, en cambio, no ha sido así. Luego de anunciar la publicación haciendo algo de ruido en redes sociales y comentar de ello con algunos allegados, una pregunta entró en mi mente y me estuvo taladrando la cabeza, con furia, como quien te hace una pregunta con maldad:

¿Para qué escribo?

Siempre supe que escribía para que me lean y no porque de las ventas vaya a vivir, eso lo tengo claro desde que comencé y de hecho con mis libros, para que existan, he puesto de mi dinero sin que sea inversión económica y lo he hecho con agrado, sabiendo que perdería, pero que ganaba en eso del gusto por hacer cosas.

Sin embargo, esa respuesta ya no es suficiente. Escribir para ser leído escriben todos los que se exponen al público, porque no escribe quien lo hace en privado, para dejarlo en la gaveta de su mesa de noche o en archivos en su ordenador.

En el descanso obligado al que esa pregunta me obligó, me puse a leer otra clase de libros, más de tipo empresarial o de emprendimiento, y me topé con un libro que ya una vez me habían recomendado, llamado Start With Why, y me ha gustado porque, aunque hace sentido para las empresas, va más allá de ellas. Hacer algo entendiendo porqué se hace da dirección, sentido e interés a cualquier cosa que se emprenda.

Tuve claro que lo que necesitaba era darle un porqué a mi creación literaria, pero aquello tampoco fue fácil. ¿Escribo para que me lean? ¿Lo hago para que la gente disfrute mis escritos? ¿Para llegar a las emociones del lector? ¿Acaso escribo porque creo que tengo algo importante que decir? ¿Escribo porque pienso que puedo cambiar personas o —me río— al mundo?

Y sí, lo más lógico acá, para que mi texto termine con un final feliz y cliché, a lo película de Hollywood, sería decirles que escribo por el place de hacerlo, porque disfruto estampar palabras en la hoja o porque no hay más regocijo que descargar el alma en un escrito hasta verle cobrar vida, pero no, no caeré tan bajo.

He encontrado que seguiré escribiendo porque quiero hacer que mis lectores piensen, que se queden con duda, extrañados o inquietos, no importa. Quiero que piensen por sí mismos, que una idea, por absurda que sea, les quede rondando en la mente. Un cuestionamiento que les haga meditar por dos minutos o por días, tampoco el tiempo importa.

Estoy seguro de que no ofreceré lo mejor en literatura, aunque puedo asegurarles que me dejo tiempo, deseo y trabajo en cada texto. Que tras cada párrafo hay noches de desvelo, tardes de dejar de compartir con otros o almuerzos a la carrera para aprovechar algunos minutos de mi horario en esto.

Entiendo que existirán un sinfín de mejores fuentes de filosofía que serán más completas que aquella idea que yo quiera dejar con una de mis historias, pero puedo confesar que pongo empeño y mucho de mi capacidad intelectual —por limitada que sea— en cada una de ellas, porque no podría arrojar cosas por arrojarlas, plasmar lo primero que se me viene a la mente y publicar sabiendo que solo les haría perder su tiempo.

Hoy tengo más claro por qué escribo y tengo claro que quizá solo me lean unos pocos, o un par de personas, incluso quizá que no me lea nadie, pero no lo hago por ustedes, tampoco lo hago por mí, lo hago por mi porqué, lo hago porque tras cada historia haya una idea sobre la que uno pueda meditar y eso me deja tranquilo, eso me motiva, eso hace que, a diferencia de lo que pensé hace solo algunas semanas, pretenda no dejar esto de escribir, aunque claro, no estoy firmando ningún contrato y todo puede cambiar en cualquier momento.

Tan decidí escribir que logré hacer este artículo y si me vieran ahora mismo, me verían sonreír.

Luego, hay una quinta teoría, y es la que dice que todo buen escritor duda serlo y que la duda se va acumulando hasta que el peso acaba con uno, pero vamos, que para ello hay que ser buen escritor, así que nada, no le doy más vueltas al asunto y declaro a la cuarta teoría como la ganadora.

Saludos

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