La vida de Mirza podría describirse como una muy activa. Dueña de sí misma, no la caracterizaba el miedo por la existencia ni por el qué dirán. Tomaba decisiones con la facilidad de quien decide tomar café por el gusto de hacerlo, a veces con azúcar y a veces sin ella, pero siempre aceptando la bebida, porque no se concebía a sí misma dejando que otros decidieran por ella.
Tenía un empleo que definía como cómodo, porque no siempre se trata de disfrutar del trabajo —decía—, sino de disfrutar las comodidades que brinda, y a ella salir a media tarde la hacía dueña de la mayor parte de su tiempo, ya para salir con amigos, con el pretendiente del momento o para irse a su casa y disfrutar de la soledad.
Rentaba una pequeña construcción de dos habitaciones y cocina, que tenía a su favor que no compartía paredes con vecinos. Con mi privacidad y una habitación me es suficiente —contaba —, con dos habitaciones estoy en la gloria.
Aquella noche, luego de un día agitado, decidió que dormiría temprano, así que entró a su habitación, se despojó de la incomodidad de la indumentaria y se acomodó en la cama, a cubierto del frío de aquella hora.
Cuando estaba por dormir, el inoportuno celular hizo ruido. Lo tomó y vio una notificación que solo decía: “VETE”.
Desbloqueó el aparato para ver la procedencia, pero no tenía una, la notificación no pertenecía a ninguna aplicación y solo vio cómo se desvaneció frente a sus ojos.
Pensando que era alguna broma o algún fallo técnico, no le dio importancia y durmió.
La noche siguiente fue un viernes y salió con unas amigas del colegio en donde se graduó. Responsables todas, solo cenaron sin tomar ninguna bebida alcohólica, así que Mirza, acostumbrada a otro ambiente, no la pasó tan bien.
Hacia las 10 ya estaba de regreso en casa y poco después estaba lista para dormir, cuando entró otro mensaje al celular, que ponía lo mismo: “VETE”. Más intrigada se puso a trastear el dispositivo y cuando estaba por rendirse, recibió otro mensaje con el mismo texto y el mismo origen desconocido.
El sábado fueron tres mensajes iguales y el domingo, cuatro.
Cansada, fue el lunes a la empresa telefónica a reportar su caso, pero incapaz de hacerse entender, y dado que no había ningún precedente de una situación similar, le dieron las gracias y con una amable sonrisa le preguntaron si la podían ayudar con algo más.
Los mensajes siguieron aumentando, siempre uno más por noche.
Como el sentido común hubiese dicho a cualquiera, Mirza decidió apagar el celular por las noches, pero el infernal aparato parecía cobrar vida y se ponía como loco, haciendo ruido y vibrando hasta que se le encendía. Dos semanas después compró otro celular, uno mejor que quizá evitara el fallo, pero el resultado fue el mismo, como lo fue cuando una semana después cambió de compañía telefónica.
El miedo comenzó a apoderarse de ella y no tuvo opción más que contarle a Gloria, su mejor amiga. Acordaron que se quedara en casa de ésta, para que ambas fueran testigo de lo que pasaba, pero aquella noche no hubo mensajes. Gloria le dijo que no se preocupara, que quizá estaba estresada por algo y Mirza, luego de disfrazar su miedo de indignación, pasó en la habitación de su amiga sin dormir.
A la noche siguiente, en su casa, fue lo mismo.
Dormir se le hacía difícil, ya no era el ruido, sino el miedo quien se apoderó de sus horas de vigilia.
Pensaba, solo eso podía hacer mientras se cubría de lleno con las sábanas y dejaba que el aparato sonara, luego pensaba más.
Una de esas noches meditó en sus posibilidades, y consideró dos.
Primero invitó a sus amigas a una fiesta en casa sin decirlas nada, así cuando sonara les mostraría. Pero, como en casa de Gloria, el celular no interrumpió la velada.
Frustrada, pasó sola la noche siguiente en un hotel, para ver cómo aparecían los mensajes con la misma insistencia de que tenía que irse, sin saber de dónde o para qué.
Pasaron varios días más y el cansancio fue ganando al miedo. No se acostumbraba. Dormía por intervalos. Evitaba todo lo que podía regresar a casa y buscaba siempre la compañía de alguien. Pensó que su solución era encontrar pareja y que vivieran juntos, pero eso tomaría tiempo. Quizá si aceptaba la invitación a pasar la noche con quien se lo propusiera podría… pero ella no era así.
Sin muchas opciones decidió, muy a pesar suyo, ir con el dueño del inmueble, tras encontrar un apartamento no muy lejos de ahí, a rescindir el contrato. Se mudaría el próximo sábado.
Sus cosas eran pocas, en unas horas estaba instalada y exhausta, durmió como hacía mucho tiempo no lo hacía, por la tarde.
A la noche, luego de cenar se dirigió a su nueva habitación, inundada de miedo. Apagó la luz, se metió en la cama y esperó. Los minutos pasaban y seguía esperando. Cuando estaba por celebrar su victoria el celular sonó. Lo tomó con la esperanza de que fuera el mensaje de alguien conocido, pero en las notificaciones vio un mensaje de origen desconocido que decía: “GRACIAS”.
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