Me obsequió una palabra envuelta en su empaque original y con su certificado de garantía.
No le encontré defecto, así que puedo asegurar que fue el regalo perfecto.
Solo desempacarla la sentí real, la sentí mía, y desde ese momento fuimos inseparables.
Con ella creé mundos, formé sueños, escribí ilusiones. También con ella dibujé ideales y decoré momentos.
La usé cada vez que quise, cada vez que pude y cada vez que la necesité.
Tras marcharse solo me ha quedado aquel precioso obsequio.
Guardo esa palabra dentro de su envoltura, en un rincón obscuro de mi guardarropa.
De tanto en tanto me acuerdo de ella.
De vez en cuando la busco, la saco de su empaque, dedico un tiempo a contemplarla… y sonrío.
Todos debiésemos tener una palabra atesorada.
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